4.5.07

<< Sobre trascendencia y otras patologías >>

“No más confío que sé de algo eterno
gracias al cromosoma”

Joaquín Sabina




No se podrá decir que no soy un hombre dedicado, a mis diecinueve y casi veinte. Mi madrugada fue soñada, como en estas últimas tres semanas, las cuales, no sé porque, cruzo la noche entre sueño y sueño; las imágenes son siempre similares y las mañanas interrumpidas: cinco, cinco y media, seis y veinte, entre despertar y despertar. Siete y media me levanté y desperté a mi hermana para ir a educación física, ¿para qué? Finalmente se quedó dormida, y para cuando otro sueño me interrumpió ya eran nueve menos cuarto. Me paré y fui al baño, y me vestí, y volví a ir al baño, y fui a prepararme unos mates mientras leí un artículo de un flaco que se llamaba Bajtín, que es material de parcial –no el flaco, sino el artículo. Hay algo muy gracioso de él, y es que cuando estaba exiliado en Siberia (si así se escribe) se fumaba sus artículos porque ya no le quedaba papel para armar cigarros con tabaco, o algo parecido. A la gente, cuando le comento este tipo de cosas, se lleva la mano a la boca en señal de vómito, y susurra a mis espaldas: “este hombre es un embole” o “así nunca conseguirá novia”, pero este tipo de cosas es la que distingue a la gente normal de los estudiantes de letras, y si alguien por favor le comenta esto a Mati me hará un favor, porque hace rato que no lo veo y sé que esto le va a interesar, porque es interesante que un flaco se fume su trabajo porque no le queda papel para armarse cigarros-. Paré para almorzar, y luego me puse a escuchar Sabina y Fito mientras tomaba mate, que es una de las pocas cosas que me obliga a hacer. Salí para la Facu, siempre en colectivo porque es parte de mí y parte de todos, y cuando llegué me lo encontré a Joaquín, que es una de esas personas con las que se puede hablar de algo interesante, y también encargué unas copias en la fotocopiadora. Cursé “Teoría y crítica literaria”, y claro, nada de interesante pasó allí, salvo un pequeño dato: María José, una de las chicas que estudia conmigo, me dejo encargado de su mp3, con el que graba las clases. Tuvo que salir antes y me dejó encargado de que grabe la clase, lo cual muestra evidencia de que no me conoce, porque nadie que me conozca bien me dejaría encarga de cuidar algún artefacto semejante, pues quienes me conocen saben que tengo la extraña característica de romper la mayoría de las cosas, aunque nunca con mala intensión ni por desconocimiento, sino por mala suerte y ya. Pero bueno, no haré ninguna reflexión sobre el tema. Me encontré con mi viejo y tomamos unos mates, salude a mis abuelos que están al lado. Mi viejo se fue y yo hice un par de llamadas para ayudar a unas compañeras en un trabajo, no porque la necesiten, sino porque quería darles una mano diciendo lo que yo puse en ese trabajo. Comí sacramento con jamón crudo, que es uno de esos gustos que uno se puede dar cuando está solo, pues el jamón crudo está tres pesos los cien gramos y no está para convidar, y me puse a leer “Respiración artificial”, y ahora me preparé un capuchino instantáneo “La Virginia”, y me puse a escribir este informe, mientras caen unas gotas de lluvia y son las doce de la noche, y mis ojos ya empiezan a cerrarse. Y esto lo hice ayer, y hace una semana, y hace unos diez años, pues nunca mi vida fue muy distinta y ya sospecho que nunca lo será.

Soy un hombre dedicado, pues hoy estoy cumpliendo conmigo, con la facultad, con mis compañeros y amigos, con mis familiares, con mi olvidada página y sus exiguos lectores, y con mi hermana, que me pasó la obligación de hacer este “racconto” y yo intenté adaptarlo a formato “The igea’s”.
Es increíble que con tantas cosas que tengo para hacer tenga tantas ganas de escribir un informe. Este será distinto, porque el humor hoy no me sale tan del alma, y es que creo yo que estoy mucho tiempo con mujeres y es que no tienen tanto humor, y no es que sea machista ni nada por el estilo, pero las mujeres carecen de humor, no todas, la mayoría, porque cuando me juntaba con mis amigos del secundario no pasaban diez minutos entre carcajada y carcajada, y ahora si yo no hago chistes a nadie se le escapa una risa. Pero bueno, de vez en cuando hablo con Toto y me cago de risa, pero ya muy de vez en cuando, no todos los días como antes, y debe ser la edad lo que causa esto. Porque hay que decir que ya tengo casi veinte años, y eso es muchísimo, y más ahora que uno vive tan sólo hasta los veintiséis o por ahí, y luego pasa hacer de ese inframundo inmundo que es el terreno de los “treintañeros”, donde uno es un tarado si quiere verse como joven y un aburrido si se casa. Entonces, ya parado en los límites de la vida “en joda” es hora que me dedique a estudiar le problema de la trascendencia. Pues esta idea está en crisis. Ya está pasado de moda la idea judío-cristiana-musulmana de la trascendencia. Uno de cada diez personas sueñan con el cielo, y el resto nos dedicamos a darnos por vencido. Hay que decirlo, es muy difícil ganarse el cielo. Está reservado para diez mil personas, según la tradición. ¿Justo yo voy a sacarme el pasaje? ¡Pero si nunca saqué un peso en una lotería, ni siquiera la jugué! Pero bueno, ya empecé mal de chico, pasé por el agnosticismo y el ateísmo, y ahora estoy en una respetada indiferencia. La verdad es que la idea de cielo nunca me convenció lo suficiente, tal vez hasta el día de hoy. Sabina dice en un soneto: “hay vida más allá, pero no es vida”, ¡Y razones no le faltan! Supongamos que yo, un día de estos, me lo encuentro a Dios por la calle y le digo:


-Che, Dios. Contestame lo siguiente: Supongamos que él cielo, como se dice, es ese lugar perfecto, digamos, ese lugar feliz (distinción entre paraíso y cielo existe, o existía, no se bien en que estado se encuentra la cuestión, pero ahora más o menos se los encasillas como la misma cosa). Pero como seré feliz si la gente que quiero no está allí. Si la mujer que amo tiene la felicidad con otro tipo, ¿cómo seré feliz con ella? Si ella está conmigo, sería su infierno, pero tal vez al tiempo yo también sería infeliz con ella. Pero sin la necesidad de reproducción como algo necesario tal vez tampoco allá allí amor, ¿cómo podría ser feliz sin sentimientos, sin necesidades, sin la esperanza de que seré feliz algún día?
Pero claro, él orgulloso diría:
-Papá, yo soy Dios, y antes que tus racionamientos humanos está la sabiduría divina que es más real, o mejor, es la posta. Si yo quiero, puedo hacerte mil veces más feliz de lo que podrías ser en la tierra, o de lo que allí te podrías imaginar. ¿Sabés el porqué? Porque yo soy Dios, papá.

Y sí, es lógico, y yo no sé si hacerle caso a Dios o a Sabina, pero como ya es medio tarde como para hacerle caso a Dios –son la una menos diez de la mañana-, le haré caso a Sabina. Para hablar un poco más de religión, los budistas ven en la trascendencia un castigo, pues lo que ellos quieren es dejar de tanto reencarnar y de una morirse, y por eso atan su vida a un montón de desdichas, pero es demasiado elevado ese discurso para mí como para analizarlo, pues al ser tan occidental me cuesta ver la vida como castigo, por más que sea desdichada. Pero hay otras ideas de trascendencia, que son terrenales. Una es la de los griegos, o que yo pienso que es de los griegos, porque antes de Homero –no, no Simpson, el otro Homero, el poeta- no hay nada. Y si alguien vio la película “Troya” verá que a Aquiles, el gran héroe griego, le hicieron una hermosa propuesta: Por un lado, era no ir a la guerra, y quedarse en casa comiendo tortafritas y tomando tereré, y vivir unos treinta años más yendo a bailar al club Rivadavia –que en esa época ya existía- y morir por problemas cardiacos. Por otro lado, le propusieron ir a pelear a Troya y no volver a su patria, pues en guerra moriría, pero a cambio estaría la inmortalidad, porque sería recordado eternamente por la humanidad, y es el día de hoy que le hacen una película exitosa a nivel mundial y que en este blog, no menos importante, se lo recuerda. La trascendencia terrenal es importante, pero trae una serie de inconvenientes: en primer lugar, es sumamente complicada, y es que realmente cuesta la vida lograrla, que es mucha más valiosa, además que existe la posibilidad de no lograrla –por lo menos a Aquiles se la hicieron fácil-, o también, y en segundo lugar, una vez muerto a uno le interesaría poco si es recordado o no, y en vida es complicado saberlo.
La otra forma de trascendencia terrenal es la burguesa, no, no la hamburguesa, sino la burguesa, que se logra trabajando unos años y pagar un seguro de vida, para cuando estire su burguesa pata sus familiares digan: ¡por fin se murió este viejo de mierda y sirvió para algo tirándonos unos mangos! Me parece que uno vive demasiado amargado por la familia para que, encima, privarnos también el lujo de morir sin rendir cuentas a nadie (¡Dios, déjenme morir en paz!).
La otra es mi preferida, y es la que he optado, por ahora. Ya el “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” de Góngora no tiene valor, porque sabemos que luego de morir nuestra materia no se pierde sino que se transforma en otra cosa, entonces uno tiene la oportunidad de vivir como proteínas para un gusano, o como dióxido de carbono para una planta, o como agua de río, o como alimento para gatos. Esta trascendencia es gratuita, no requiere de ningún planteo ni regalías, y permite a todas las clases sociales y especimenes del universo. Bien lo dice Sabina:

Tranquilo puedo vivir de la historia
sabiendo que a las puertas de la gloria
mi nariz no se asoma.
La muerte no me llena de tristeza.
Las flores que saldrán por mi cabeza
algo darán de aroma.


Y bien, espero haber sido amplio en este informe, aunque más espero que, si algún día pase yo a la vida eterna, sea por este tipo de cosas y siempre al pie de la letra, que es como me gusta, y no por volar edificios o por comer tachuelas en el libro de los récords.